sábado, 25 de febrero de 2012

Lecturas TR: El lectoespectador [IV]

¿Qué hace Internet con nuestra subjetividad? Si la frontera electrónica es el reino incógnito del ocultamiento, la zona donde podemos dejar de ser (es decir, marginalizar nuestra personalidad cotidiana) para proyectar un relato alternativo de nuestras vidas, entonces la posibilidad de apertura digital se vislumbra como infinita: la teoría de los universos paralelos tiene su condensación virtual en el amplio espacio de la red, donde cada sujeto puede construir, según su gusto y necesidad, una realidad ficcional que le permita evacuar su libido reprimida por los diversos aparatos de convenciones sociales. 
Entonces, llegado un punto, el sujeto se transforma. Amparado por el anonimato, deviene Otro. Y este devenir, a su vez, ha destilado una especialización del uso de la palabra en la web cuya razón teleológica es la agresión online: usuarios que de dedican a insultar y vituperar constantemente a los demás internautas por el puro gusto de satisfacer su propio gozo solitario. 

VLM, utilizando una idea bastante recurrente -y quizá demasiado lineal- de Zizek, lee el accionar de los usuarios-fastidio como una fuga del inconsciente de modo directo: la pantalla es el lugar donde las fantasías buscan cristalizar su naturaleza elusiva, conquistar ciertas faltas que constituyen la urgencia libidinal del sujeto. Paradójicamente, estas faltas no pueden ser ser compensadas, por lo cual se cae en un círculo vicioso de sublimación y frustación.

Desplazamiento del referente: en los últimos tiempos hemos pasado del absoluto anonimato a la visiblidad pornográfica (entendemos aquí pornografía en los términos de Beatriz Preciado: cualquier operación semiótica que trasmuta lo íntimo en público) gracias a dispositivos como Facebook, en los que se cataloga a las personas en virtud de su extensa objetividad. Cada vez somos más objetivos: si antes en el ecosistema web éramos hiporreales (ficciones sin densidad) ahora somos hiperreales: ficciones también, pero con el sustento ontológico de que podemos significarnos excesivamente a través de la pluralidad de textos que nos conforman en el espacio mediático. De la falta de rostro, al libro de caras: hemos descubierto los velos de la ocultación para de/mostrarnos y evertir así la relación de nuestra subjetividad con las tecnologías relacionales. Dar todo de sí: mostrar es informar. Facilitada la representación  de nuestra vida por el streaming informático, hay que brindarle al espectador lo que espera. La pantalla se torna lugar noticioso, ventana al mundo, donde ocurren cosas a cada instante, sin descanso. Por esa sucesión de informaciones espectaculares pasa el lugar de la experiencia hipermoderna.

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