jueves, 23 de febrero de 2012

Lecturas TR: El lectoespectador [III]

Alteración del curso: hoy no hablaremos tanto del capítulo abordado, sino del plan que rige la secuencia de lectura. Violentar un texto es también un derecho del que lee. Daniel Pennac estipuló diez ítems que diagraman la libertad lectora: el segundo de ellos es el derecho a saltarnos páginas. Usualmente porque el contenido de las mismas, debido a su potencial o efectiva capacidad de aburrimiento, impele a renunciar a las obligaciones penosas y privilegiar el gozo. Sin embargo, en este caso, la situación es exactamente inversa: he decidido elidir de mi cartografía personal el tratamiento de la literatura textovisual por ser, paradójicamente, el que más me interesa, el que más promete, quizá el que hasta justifica la razón (teleológica, estética) del libro.
Cuando leemos una obra se nos impone un orden objetivo de lectura, según el cual la linealidad  generalmente es su motivo estructurante: hay cosas que debemos leer primero y otras después. Pero ¿no convoca la conformación del ensayo de VLM una erótica de la movilidad? La relativa autonomía de los capítulos, ¿no es una invitación a la desobediencia?

Así que, en un salto [hiper]textual (toda lectura, analógica o digital, lo es), me dirijo directamente hasta los diez apotegmas sobre la televisión. Diaz ideas que intentan resumir las cualidades intrínsecas del medio, especialmente focalizadas en su carácter de esclavizador de subjetividades.
VLM puede ser tecnófilo (dato accesorio que corrobora una filiación ontológica: quien escribe estas líneas también lo es), pero su universo no incluye -no totalmente, al menos-  la televisión, y la crítica a la misma se sucede en cada uno de los puntos de este capítulo. Es comprensible: la tele es algo viejo ya: inunda millones de hogares, pero nos resulta anacrónica: paleotecnológica. Al lado de Internet, la comparación resulta risible: mientras la TV es limitada y exclusiva (el espectador no interviene), la otra es abierta y participativa, y nos permite tramar infinitos mapas de actividad. 
El discurso televisivo parece estar diseñado para captar hipnóticamente la atención y suprimir el pensamiento: todo en el es continuidad pura, suspenso y detención de los ejercicios de voluntad. Esta absorción de la subjetividad y su correlato en la expectación acrítica (algo que comentamos en un post anterior) exigen el surgimiento de una nueva modalidad de espectadores que puedan afrontar el reto de leer además de mirar: este über-espectador es el lectoespectador.


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